El Gobierno nacional cierra filas frente a la corrida cambiaria preelectoral

La orden de cerrar la interna partió de lo más alto. Aplacadas las escaramuzas entre las distintas tribus del Frente de Todos, dos consensos quedaron escritos en la arena: que la inflación no puede superar el 50% en todo el año y que el severo ajuste fiscal del primer cuatrimestre tiene que mutar en un impulso que sirva para revivir el consumo, al menos hasta que se terminen de contar los votos. Lo que pase después dependerá en gran medida de lo que arroje ese escrutinio.

Por Alejandro Bercovich

Claudio Moroni sabe que sus misiones también son dos: activar las cláusulas gatillo de todas las paritarias cerradas hasta ahora para alinearlas con el 45% de inflación actual y rediscutir el salario mínimo, que dos meses atrás dispuso elevar apenas un 35% y en siete cuotas. Casi nadie reparó en que el Consejo del Salario estableció una oportuna revisión en septiembre, a días de las elecciones.

Desde el Congreso reclaman que se haga antes, para evitarse el mal trago de defender durante toda la campaña un piso salarial que hoy no cubre siquiera la mitad de lo que necesita una familia tipo para no ser pobre. Y que, para peor, alcanza para menos kilos de carne que nunca en la historia. Todo un revés para aquel primer spot de campaña que filmaron Tristán Bauer y el “Topo” Devoto frente a una parrilla arrumbada.

Con el Presupuesto ya cremado, y salvo por esos matices respecto del ritmo, los economistas que hasta el mes pasado consumían sus fuerzas en luchas intestinas encontraron en la inflación un enemigo común. Todos aceptan que será mucho más alta que la que previó Martín Guzmán, pero apuestan a que no llegue al nivel que dejó Mauricio Macri.

Si el ministro de Economía se apoyaba en Matías Kulfas, en Cecilia Todesca y hasta en su archirrival interno Miguel Pesce para resistir la embestida de Axel Kicillof contra el ajuste fiscal, ahora todos se agarran juntos de las anclas que eligieron para intentar clavar los precios. Y hasta intercambian ideas para fijar otras nuevas.

Lo hizo el propio Guzmán anteanoche, por televisión, al reivindicar que en junio el dólar va a volver a subir menos de la mitad que los precios. “A quienes dicen que el tipo de cambio se atrasa yo les diría que okey, pero que no se olviden que ahora también tenemos mejores términos de intercambio”, subrayó, más cerca de las políticas pro-consumo que desplegó en su momento Kicillof, aun al costo de perder competitividad, que del desarrollismo pro-inversión de Roberto Lavagna durante el período que más reivindica Kulfas en “Los tres kirchnerismos”.

Argendólares

El mercado, descuentan todos, se prepara para la tradicional corrida cambiaria preelectoral. La suba del blue a sus máximos en siete meses es solo un síntoma que puede ser temporario. El verdadero cuco es que se disparen los paralelos financieros, que sí tienen vasos comunicantes con el tipo de cambio oficial, como se probó en septiembre y octubre.

¿Con qué herramientas cuenta el gobierno para enfrentar esa corrida? La principal son los cerca de 6 mil millones de dólares que acumuló el Banco Central en reservas brutas gracias a la suba de la soja. Pero según el informe semanal de la consultora Equilibra, que dirige Martín Rapetti, de las reservas netas que sumó (4.083 millones), la “presión dolarizadora” podría consumir más de un 80%: al menos U$S 3.400 millones.

¿Hace falta subir también las tasas de interés para evitar que parte de los pesos que inyectarán las políticas pro-consumo alimenten esa corrida? Una vez más, todos coinciden en que sí. La tasa de referencia del Central, clavada en el 38% anual desde antes de que empezara la primera cuarentena, es hoy una de las más negativas del mundo. Guido Sandleris la dejó en 63% y de hecho desde la corrida de la primavera de 2018, que se llevó puesto a Luis “Toto” Caputo, no estuvo más que un par de días debajo del 60%. Siempre arriba de la inflación.

Las diferencias aparecen a la hora de implementar esa suba del costo del dinero: Pesce cree que para tentar al ahorrista pequeño ya están los plazos fijo “UVA+1” y que quien tiene que subir las tasas de Guzmán, en los bonos del Tesoro. “Si el Tesoro no puede cubrir todo el déficit en el mercado, una parte la cubrimos con el giro de utilidades y si es necesario con más emisión. Pero primero hay que emitir deuda del Tesoro. Es mucho más eficiente que seguir esterilizando con Leliqs”, dicen en Reconquista.

Así es como Guzmán justifica su anuncio de pago parcial en efectivo al Club de París, que puertas adentro respaldó Kicillof, el artífice de la renegociación de 2014 y de haber reconocido una deuda que en más de un 50% tomó la última dictadura. El arreglo pateó para adelante una parte no desdeñable de las necesidades de financiamiento en divisas para lo que queda de 2021.

Es clave para las cuentas que sacan los operadores del otro lado del mostrador, que se relamen con los 300 mil millones de pesos que volcarán a la calle los aguinaldos y la devolución de Ganancias durante julio.

Sobre el Fondo Monetario, curiosamente, coinciden el kirchnerismo y el mercado: ambos piensan que el FMI no va a convalidar quitas de capital de ningún modo y que, por eso, ese capital no se va a cancelar por mucho tiempo. Por eso Cristina Kirchner y Alberto Fernández pactaron dos objetivos: la eliminación de los sobrecargos con los que viene insistiendo Guzmán y el estiramiento del cronograma más allá de los 10 años que fija hoy como plazo máximo el organismo.

Peras y manzanos

Eliminar las sobretasas es lo que le reclamó Portugal al Fondo cuando arreciaba su crisis. Y el Fondo dijo que no. Por eso ahora Kristalina Georgieva, que quiere decir que sí, pidió el aval previo del luso Antonio Costa, cuyo poder en el directorio es ínfimo pero que en este caso podría patalear con razón. “Es lo más importante que nos trajimos de Europa”, dijo uno de los que acompañó a Fernández a las reuniones con los presidentes de Francia, Italia, España y Portugal.

En concreto, la sobretasa depende del monto y del plazo de reembolso del crédito. Se paga una recargo de 200 puntos básicos (2%) sobre el capital pendiente de pago que supere el 187,5% de la cuota de cada país. Si el impago sigue por encima del 187,5% de la cuota después de tres años, el recargo es del 3%. Como el crédito que recibió Macri equivale a más de diez veces la cuota argentina y como el crédito acaba de cumplir tres años, la tasa final para Argentina es 4,05% en vez de 1,05% anual.

“Hoy pagar ese capital es impensable. Ni en diez años ni en veinte. La cuestión es ver qué va a pedir el Fondo para refinanciar. Y va a pedir reforma previsional y reforma laboral. Porque Georgieva dice haber aprendido de los errores y se refiere al ajuste fiscal”, piensa en voz alta un economista del kirchnerismo.

La reforma previsional, en parte, ya se hizo al desenganchar las jubilaciones de la inflación. La reforma laboral parece ser el problema. Más puertas adentro que otra cosa, porque la oposición (incluso quienes se aventuran a esa avenida del medio que dejó vacante Sergio Massa) también la propone.

El establishment está especialmente interesado en que esa reforma avance. Pero lo que se preguntan en el oficialismo es si alcanzará para que repunte la inversión. Por ahora debe conformarse con desembolsos como el que hará José Luis Manzano, instalado durante el último mes en el Palacio Duhau para gestionar lo que finalmente consiguió: el aval oficial para quedarse con Edenor.

Lo que terminó de destrabar ese aval, según las fuentes que pudo consultar BAE Negocios, es una garantía que firmaron Manzano y sus socios Daniel Vila y Mauricio Filiberti de que no van a endeudarse todavía más con la mayorista eléctrica estatal CAMMESA para pagarles a los acreedores en caso de que les reclamen el pago total (la “aceleración”) de la deuda por casi U$S 100 millones que heredarán del grupo Pampa, de Marcelo Mindlin. El puesto de gerente de relaciones públicas sigue reservado para un conductor del canal América, que cobrará siete cifras por mes.

Es lógico en ese contexto que, salvo contadas excepciones, el gran empresariado apueste por una derrota oficialista a manos de quien sea. La disyuntiva, a un mes del cierre de listas y con la sociedad hundida en el desánimo de la doble crisis sanitaria y económica, no es tanto entre oficialismo y oposición.

Lo que va a emerger, según el resultado, es un gobierno capaz de fijar sus propias reglas para la post-pandemia y de proponer cambios más audaces (como un esquema de retenciones móviles, una reforma impositiva progresiva o un fondo soberano) u otro que se desangre en nuevas internas, sin músculo para cambios estructurales y con una deriva anodina hasta 2023.

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