“Cuando parten los amores, queda un vacío insoportable; quedan fantasmas (como que todavía la figura se resiste a desaparecer). A manera de ráfagas, de visión, se cuela en silueta, en halo aquel que ya no está entre nosotros…
Dichosos los artistas que más allá de la permanencia espiritual, la presencia imborrable en el corazón de sus queridos y cercanos dejan su rastro visible, su “materialidad” en la obra.
Y la obra de Fabriciano Gómez, copiosa en la ciudad de Resistencia, es un habitante vital y omnipresente. Él “es” su escultura, allí está, allí lo vemos.
Mas, cómo era “el Fabri”? Compartimos unas pinceladas de su vida, semblanza escrita en 2017. Sus amigos, sus discípulos, damos fe.
Fabriciano es el “gran escultor del Chaco contemporáneo”. Artista consagrado, formidable gestor cultural, vecino ejemplar. Tres aspectos que fructifican a partir de una virtud principal: la humildad; un don: el talento artístico; y “su disciplina de trabajador incansable”, al decir de Alfredo Veiravé.
Con 33 años, tuvo su consagración artística al obtener el Gran Premio de Honor del Salón Nacional y representó a la Argentina en la Bienal de Venecia de 1980 con la serie de esculturas “Nudos de espacio”. (instalación que tuvo eco en el diario Times). Se nutrió un lustro de Europa.
Obtuvo grandes premios en el mundo trabajando en nieve. Heredero de los hermanos Boglietti, tomó la posta junto a la Fundación Urunday de seguir plantando esculturas en la ciudad hasta llegar a 700 esculturas en el espacio público, el grueso de ellas de los concursos y bienales de escultura que con tres décadas de historia son considerados entre los más prestigiosos del mundo.
A la Bienal del Chaco se refiere: “30 años para el arte es muy poco cuando normalmente se habla de 500 años, de mil años… Sin embargo este pequeño y limitado tiempo nos dio la posibilidad de plantar la semilla que le fuimos regando, poniendo el tutor, fuimos sintiendo el perfume que exuda la planta, disfrutando el fruto, pero fundamentalmente, afianzando una raíz que va a soportar el árbol. La raíz está muy bien puesta y pueden venir tornados, pueden quebrarse algunas ramas pero permanecerá ese árbol dispuesto a generar brotes nuevos”.
“La realización de un concurso de esculturas no fue un desafío para nosotros, fue una propuesta armada en una ciudad que desconocía esta modalidad. La base estuvo en que trabajamos en un campo virgen donde tras poner la semilla, solamente se necesitó regarla. Y hay algo que es muy importante: Se pensó en la continuidad. Que viene atado en pensar en la excelencia, que es pensar en el futuro, solamente a través de la excelencia se conquista ese fruto…que disfrutarán de generación en generación. Y éso, insisto, sucede porque la raíz está firme…la raíz tiene tanto que ver en todo esto… Aunque nunca la veas”.
-No siente a veces que su capacidad como gestor cultural, dejó soslayada su fama de escultor consagrado?
Si el ser humano toma conciencia de que existen las etapas… no hay tacha, y dejo de ser escultor para ser hacedor; dejo al costado algo para lo cual vine al mundo, mi vocación primera, “la razón por la que vine al mundo que fue ser escultor en pos de hacer cosas para compartir con mis semejantes. Pero, soy consciente de que los grandes objetivos, no se pueden lograr solo, siempre tiene que existir un gran grupo humano que pueda soplar ese capullo de algodón que nos “convierte”, que nos trasciende.
¿Qué es una escultura para “el Fabri”?
“Una obra sensible, un caudal de cosas de mi interior que fluyen sin esperar que las comprenda, simplemente despiertan y se imponen. En términos plásticos es hablar de la dualidad perdurable-efímero. Siempre recuperando el valor de lo fundamental. Estoy absorbiendo todo el tiempo, siento el arte como parte de la vida, me siento comprometido con mi lugar en la sociedad. En estos cuarenta y tantos años, lo único que he hecho fue poner plumas en mis manos”.
“Para mí, las obras más hermosas fueron las realizadas en nieve donde se concretó la gran escultura que quería trabajar, de seis metros, el tamaño que siempre pensé para mi obra”.
Enamorado de su ciudad postergó otras geografías para quedarse y forjarla artística; su hogar devino Casa Museo Fabriciano; decenas de obras que llevan su firma se desparraman en calles y paseos de Resistencia.
Desde la Fundación Urunday que preside, se implicó en la creación de MUSEUM, el museo de esculturas del mundo a orillas del río Negro; constituyó el Departamento de Mantenimiento y Restauración de las Esculturas que integra el patrimonio Escultórico de Resistencia, gestionó “La Ciudad de las Esculturas” ante la UNESCO con ánimo de convertir el patrimonio escultórico de las ciudad en Patrimonio de la Humanidad. Y cada sueño – (“no sé… antes de sueños hablaría de objetivos”)-, es cumplido. Como un caballo sin freno se nutre de la acción, pega el viento en la cara, goza del presente y siempre marcha a un horizonte.
“Firmemente creo que las grandes realizaciones, los grandes proyectos no son obras individuales, sino producto de una concertación colectiva, de energías aunadas y, dentro de ese colectivo brilla cada uno desde su talento”.
El hombre y al artista se funden indisolubles en Fabriciano. Ha sido peón de albañil, monaguillo, hijo piadoso, docente, artista embajador en el mundo, amigo intachable. “Pocas veces uno se encuentra con un tipo solidario y desinteresado como él, considero un privilegio su amistad” testimonia un amigo que podría ser la voz de tantos otros.
Dice que vive y disfruta del presente. Pero a la par, constantemente se proyecta. “La vida fue generosa conmigo”. Y se la devuelve con la misma moneda, porque fama tiene su generosidad: “Entiendo que dar es un acto de amor. Vine al mundo a dar y nunca espero recibir”.
El hombre de acción, mira su mundo interior, no hay temor a la muerte. “Sí tristeza por la muerte innecesaria, como la de un muchacho que muere en la guerra… El hombre no vino a la tierra para morir en una guerra”.
“Una vez quise morir. De dolor, y mirando hacia adentro sentí que se habían cumplido mis objetivos, todos. Si me preguntás qué dejé de hacer, dudo, debiera pensarlo bien. Logré todo y mucho más de lo esperado”.
Es profeta en su tierra, la sociedad lo reconoce, lo valora, lo saluda amigablemente en la calle. Prueba de ello los honores, reconocimientos y títulos, de vecino ejemplar, ciudadano ilustre; etcétera. Pero de todos, tal vez motivo de orgullo mayor, una escuela que lleva su nombre por elección de los alumnos.
Maestro sabio y aprendiz dócil. Hombre de fe. La humildad es estandarte, el trabajo una mística; insobornable el amor a su tierra. “El centro de la tierra es donde está uno, a nuestros pies”.