Por Walter Graziano
Nietzsche decía que la esperanza es el peor de todos los males porque prolonga el tormento. Razón no le faltaba. Y muy especialmente cuando uno conecta la leyenda narrada por el filósofo alemán con el mercado cambiario argentino.
Apenas el dólar se queda tranquilo un par de meses comienzan a pulular como hongos “analistas alegres”, quienes, prescindiendo del análisis de toda otra variable económica, empiezan a sostener que el nivel del dólar es el correcto, que puede sostenerse sin problemas, que no hay atraso cambiario, que hay que tener esperanza.
Según los mismos hay que tener esperanza porque no importa que la alta inflación inercial junto con la caída en el tipo de cambio nominal consuman el nivel de rentabilidad exportadora que otorgaba lo que antes era un dólar “alto”.
Según esta línea de pensamiento toda interpretación acerca de un dólar “alto” y dólar “bajo” es antojadiza porque cualquier comparación entre dos tipos de cambio toma como base un momento antojadizo del tiempo.
Por lo tanto -siempre según esa línea- ¿qué es lo que estamos comparando y con qué? Sigue esa línea argumental mostrando como en 2018 el tipo de cambio subió alrededor de 120%, por lo tanto, ¿cómo puede ser que ahora haya atraso cambiario? Cuando se les muestra que a fines de 2017 había un apreciable grado de atraso cambiario responden: “Tanto más a nuestro favor: toda base de comparación es caprichosa”.
Muchas veces se complementa ese argumento con el dicho acientífico de que “no puede haber atraso cambiario en un mercado libre de cambios”. Y junto a esa frase estilo undécimo mandamiento esbozan que “solo habrá un dólar más alto o más bajo según el dólar suba o baje en el mundo o según haya una mayor o menor oferta y demanda de divisas”.
Vaya frasecita, en el fondo solo dice que si el dólar sube es más alto y si baja es más bajo, o para decirlo en términos simplificados: “si sube, sube y si baja, baja”. A eso se reduce ese supuesto “saber”.
Toda esta polémica al respecto del atraso cambiario termina siendo confusa porque se soslaya el punto fundamental de la discusión. El punto fundamental de la discusión es tener muy en cuenta que no da lo mismo que la rentabilidad de una empresa que exporta sea 20% anual de su patrimonio a que sea -5% del mismo. En el primer caso gana en forma apreciable, y en el segundo caso pierde. Y toda la diferencia la puede dar un tipo de cambio más alto o más bajo.
Mirado este mismo argumento desde el punto de vista laboral, es sintomático que los mismos analistas – que sostienen que no hay atraso cambiario porque no hay base útil de comparación – insistan todo el tiempo que las cargas laborales son muy altas, las jubilaciones muy altas y algunos impuestos muy altos.
¿Porqué en estos casos sí hay base de comparación con otro momento del tiempo o con otros países y en el caso del tipo de cambio no? ¿Estarán quizás “mostrando la enorme hilacha” ideológica? El interrogante no tiene respuesta.
Pero volvamos un instante al argumento de que no puede existir atraso cambiario en un mercado de cambios libre. Obra maestra del simplismo. Habría que evaluar si eso sería cierto en el caso de que todas las demás variables tanto en Argentina como en el exterior fueran también libres.
Pero, ¿y si no lo son? ¿Puede acaso hablarse de un mercado de cambios “libre” cuando la tasa de interés anualizada que cobra un plazo fijo es hasta 5% mensual, o la efectiva que pagan las empresas supera cómodamente el 100% en un año? ¿De qué mercado de cambios “libre” estamos hablando? ¿Mercado de cambios libre en un contexto en el que el Banco Central aspira fondos del sistema financiero por valores superiores a toda la base monetaria, como ocurre ahora con las Leliq? ¿Es este acaso un mercado monetario y financiero “libre”?
Dejémonos de razonamientos absurdos que a esta altura del partido en Argentina debieran recibir el repudio unánime no solo de economistas y analistas sino también de los propios operadores. Estos razonamientos le hacen mucho daño al país, a sus empresas, y a la vasta cantidad de desocupados que no encuentran trabajo porque el país no exporta más, porque con este tipo de cambio real atrasado las empresas no toman mano de obra para exportar.
No solo las manufacturas de origen industrial no han aumentado prácticamente nada con respecto a un año atrás, sino que hasta las manufacturas de origen agropecuario – siendo el agro argentino naturalmente competitivo – tampoco lo han hecho. Todo el superávit de balanza comercial se consigue con el aumento de la cosecha o merced a la reducción en las importaciones producto de la recesión – y no de la sustitución de importaciones -. Casi nada lo hace vía de bienes con valor agregado.
Dicho esto, habría que preguntarse, ¿cuál es la medida adecuada de un adelanto o retraso cambiario? ¿Puede establecerse alguna regla básica de medición que escape de lo que puede ser algún “año base” tomado caprichosamente? La respuesta es que ello es factible. Una regla que parece la óptima para medir el adelanto o retraso cambiario del peso y al menos de muchas otras monedas es la de superávit/déficit de cuenta corriente del balance de pagos.
La cuenta corriente del balance de pagos incorpora a la balanza comercial los intereses de la deuda pública y privada con el exterior y el pago de utilidades, dividendos, etc. En circunstancias normales, y en el caso argentino -cuando el movimiento de capitales no es una salida abrupta- el tipo de cambio real de equilibrio es aquel en el cual la cuenta corriente del balance de pagos arroja un saldo neutro, o muy ligero hacia el superávit o hacia el déficit.
En otras palabras, el tipo de cambio real estaría en equilibrio cuando el saldo de balanza comercial -sea positivo o negativo- iguala con signo inverso a los intereses, utilidades y dividendos a pagar o cobrar. Esta medida sería aplicable para momentos en los que existe financiamiento internacional fluido para el pago de los vencimientos futuros de deuda externa pública y privada.
Si se corta, o no hay financiamiento fluido para el pago de los vencimientos de capital de la deuda hay que entender que será necesario un tipo de cambio real aún más alto que el que neutraliza el valor de la cuenta corriente porque en tal caso habría que esforzarse en conseguir superávit suculento de cuenta corriente a fin de que se generen divisas por la fracción más alta posible de los vencimientos de capital de los bonos y préstamos externos que se aproximan.
¿En qué posición se encuentra hoy Argentina? Pues bien, el saldo positivo de la balanza comercial no alcanza a neutralizar ni siquiera la mitad de los intereses, utilidades y dividendos que se giran al exterior, lo que marca que la reciente baja del dólar combinado con inflación inercial nos sumerge en un atraso cambiario que muy lejos está de ser algo “sano”.
La historia antigua y reciente de la economía argentina muestra claramente como estos experimentos concluyeron de una única manera: mal. Todo lo demás es ideología pura. Cuando los economistas se enferman con ideologías distorsionan su análisis y terminan produciendo estragos en la economía de un país, sea aplicando obras maestras del terror, sea alentando su aplicación.
Cuando un liberal ama más a su ideología que a su capacidad de análisis y pensamiento se enferma de “liberalitis”. Ser liberal está bárbaro, ser “liberaludo” es una estupidez. Una enfermedad, caracterizada por una gigantesca, aguda y mágica esperanza. La esperanza que prolonga el tormento.