2019 será recordado como uno de los años negros para el Congreso argentino. La productividad bajó a niveles que superan a cualquier período democrático. Y, aunque recién estemos en agosto, el panorama no va a cambiar. Las razones son variadas y para entender el problema de fondo hay que explicar todas las aristas.
Campaña. Los años electorales suelen tener menos sesiones, por múltiples razones. En primer lugar porque que gran parte de los legisladores están en sus provincias haciendo recorridas proselitistas. Además, el Poder Legislativo suele nutrir las listas de candidatos. Ejemplos sobran: Martin Lousteau, Adolfo Rodríguez Saa y Omar Perotti son algunos de ellos. Por otra parte, los discursos se radicalizan y todos entienden que ante cada proyecto hay “una movida electoral”. Esto hace que los consensos sean muy difíciles de lograr ya que nadie quiere perder ni un minuto de protagonismo en la agenda pública. Hay quienes añaden algo más. Los proyectos suelen ser “electoralistas” y podrían perjudicar más de lo que ayudan para pensar políticas de Estado.
Paridad. Cambiemos nunca logro tener mayoría en el Congreso. Para aprobar leyes clave recibió el apoyo de una gran parte del peronismo. Con la oposición dividida, la negociación del presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, se basó en acordar con el PJ que respondía a Sergio Massa y a los gobernadores. Con la unidad de ese sector, el nivel de confrontación se incrementó y ya no es tan fácil ofrecer modificaciones o favores a cambio de un voto. A medida que se acercan las elecciones, oficialismo y oposición se alejan cada vez más en el diálogo parlamentario. Este año no es la excepción. El Senado es más difícil. Los gobernadores tienen más injerencia que en Diputados y por lo tanto la cercanía electoral obstaculiza los acuerdos.
Agenda. “Si abrimos el Congreso hay que ver para que lo hacemos. No sea cosa que la oposición nos cambie la agenda y tengamos que apelar a decretos del Presidente”. La frase se la dijo a PERFIL un dirigente clave del PRO en la Cámara de Diputados. Describe algo que suele suceder cuando la oposición se une, gobierne quien gobierne. El temor es concreto. Armar una sesión para tratar algún tema y que los opositores tengan votos para tratar sobre tablas otro asunto que el oficialismo no quiera debatir. “El Congreso puede ser un boomerang”, resumió este diputado. Como se dieron las cosas, hoy la oposición, si se une por completo, tiene el poder para obligar al Ejecutivo a modificar proyectos y quedar ante la opinión pública como “antidemocrática”.
¿Transición? Hay otro asunto que tras las PASO se puso en debate. ¿Los proyectos son para estos meses o para 2020? La sensación de que Alberto Fernández gobernará la Argentina se instaló en la sociedad y el Poder Legislativo no es la excepción. Ante esa situación muchos dentro de la Cámara empezaron a dudar de iniciativas que tienen el aval de Mauricio Macri pero que el peronismo considera negativos para el pais. En ese contexto es muy difícil llegar a acuerdos.
Resentimientos. Durante la gestión de Cambiemos el Congreso llegaba con legisladores que durante el kirchnerismo se habían enfrentado a un nivel tal que prácticamente no había diálogo. Sobre todo porque Cristina Fernández tenía un qórum asegurado lo que le permitía a su espacio aprobar proyectos sin necesidad de consensuarlos. Las discusiones llevaron a que en la presidencia de Mauricio Macri esta falta de diálogo se intensificara y haya sesiones por demás polémicas y hasta peligrosas para la estabilidad. Reformas previsionales con ajuste a los jubilados, blanqueo de capitales con familiares incluidos y leyes para frenar los despidos fueron algunos ejemplos de estos tres años.