¿Qué diría Diego?

En momentos de convulsión y tirantez, hay una voz que se extraña. Se extraña siempre, pero hay horas en las que uno particularmente esperaría una frase nueva y altanera. Una nueva metáfora, un título para un cuento de Fontanarrosa, un grito desde adentro del auto y con la ventanilla apenas baja. Pero nada de eso pasará. Esta semana se cumplieron mil días de la partida de Diego Armando Maradona y los dolores actuales de la Argentina confluyeron en un combo que resultó perfecto para darle la primera minoría de los votos a Javier Milei. Un candidato que cayó en la fácil al llamarlo “Maradroga”.

Por Andrés Miquel

Hoy Diego podría hablar del país. A fin de cuentas, él era un país. Pero ante todo era de Fiorito, rincón bonaerense que ese corazón que resistió hasta los 60 años nunca abandonó.

Uno de los cielos que conoció Diego fue el del 29 de junio de 1986, cuando Argentina levantó la Copa que luego se le negó hasta diciembre del año pasado. Al poco tiempo, a “Pelusa” le lanzaban una pregunta para definir su identidad. “¿Quién soy? El pibe de Villa Fiorito que una tarde de 1986, en el estadio Azteca de México, se puso a llorar cuando recibió la Copa del Mundo”, decía con la dosis justa de picardía. No era un chico, era un pibe. Un pibe al que la vieja lo llamó para decirle que la hizo la “mamá más feliz del mundo”.

Fiorito estaba presente en los recuerdos sobre Doña Tota. Diego contaba que un día entendió que a su madre la panza le dolía porque prefería no comer para que lo poco que había les llegara a sus ocho hijos. Jamás dijo que allí la vida fuera fácil. Habló de lucha. Habló y dijo que, quizás, en ese lugar la sonrisa se presentaba de otra manera. “En Fiorito a veces faltaba plata, pero nunca felicidad. La pucha si éramos felices”, contó alguna vez. Nunca tuvo vergüenza de su barrio. En sus palabras, nunca hubo más que admiración hacia sus vecinos y vecinas de Azamor al 500.

No hubo romantización, sino claridad. “Vivía en un barrio privado, privado de luz y de agua.” Ante sus ojos, el mundo transitó sin velos. Cuando nadie te arrebata tu origen y, menos aún, cuando no lo abandonás, todo resulta más claro. Diego no mintió. Supo de ausencias y construyó presencias sin quitarle nada a nadie. Creyó en la solidaridad, en el tipo que caminó a su lado. Aunque alguno lo traicionara. Las cosas claras, a lo Diego, gambetearon la ilusión del techo de cristal mientras no sacó los pies del barro.

Hoy sería igual. ¿Por qué cambiaría? Representante de los humildes. La vida de Diego es la foto de un camino aspiracional que en los obtusos genera envidia y en los soñadores de barro constituye un espejo de crecimiento posible. Un crecimiento que no trae aparejado pisar al de al lado. No significa olvido, humillación o violencia. Donde la adversidad, con más o menos Estado, no es sinónimo de competir a los codazos.

El destino que Diego se fue escribiendo estuvo plagado de dedos acusadores. Ante eso, obvio, hubo respuestas. Diego no señaló, Diego contestó. Una de las últimas, al propio Mauricio Macri. Se ufanó de haberle dicho que no en Boca, como si la negación fuera un mérito. Como si quitar fuese placentero. Como si le molestara algún olor, en su libro “Para qué” describió a Diego como alguien que tenía un “problemita”.

Macri dijo que tuvo que echar a Maradona de Boca como el peronismo debería hacer con Cristina Kirchner. “Pero por más bombas de humo que tires, vos sabés que tus decisiones le cagaron la vida a las próximas dos generaciones de argentinos”, sintetizó Maradona contestando sobre la base de la realidad, sin jueguito de palabras.

“Maradroga”, lo llamó Milei. “Que se mate”, se animó a pedir en algún momento. ¿Cuál hubiera sido la respuesta de Diego al 30 por ciento del líder libertario que condena al Estado como agente igualador de oportunidades? ¿Qué apodo le hubiera puesto? Lo seguro es que no esquivaría la pregunta. Podrá esquivar seis ingleses camino a la gloria, pero nunca su identidad. Como la vez que marchó por los jubilados, hoy sabría cuán difícil sería volver a las AFJP.

Diego no hubiera respondido a las agresiones de Milei desbocadamente. Porque, ante todo, estilo, hermano. Si uno se anima a imaginar, posiblemente reiría a lo barrio, con tres o cuatro palabras dichas a tono de cincuentón sentado sobre una silleta en la vereda de su casa, con mate, musculosa a rayas, sandalias, y que ve caminar por la calle al que no tiene ningún motivo para estar ahí. La picardía arrabalera que grafica lo que “no tiene nada que ver”.

Un dirigente debe pertenecer a su pueblo, dijo alguien alguna vez. Esa identidad que Diego propuso al no olvidar Fiorito, fue la identidad terrani en Nápoles, la identidad golpeada en el país vasco. Diego eligió Fiorito, como hoy Fiorito elige.

En las últimas PASO, Fiorito volvió a decidir. El pueblo no se equivoca, aun si sus decisiones te gusten o no. El pueblo elige lo que lo identifica, lo que sale de sus entrañas, lo que siente, lo que imagina para mejor, lo que piensa que le cambiará o le cambia las cosas para bien. Decisiones, como todas, pasionales. La razón después aparecerá para justificar o no las decisiones, pero el valor está en lo que camina por las venas. Decisiones, a fin de cuentas, a lo Diego.

Con más de un 57 por ciento de los 28.500 hacedores de la diaria de Fiorito, Unión por la Patria se alzó con el triunfo en el barrio de Lomas de Zamora donde nació Diego. Hay nuevas calles, nuevo asfalto, nuevos paseos culturales, nuevos centros deportivos. Hoy Azamor se llama Diego Armando Maradona. Ante eso, hay reconocimiento. En segundo lugar, terminó el candidato de Milei con 22 puntos. Y en la interna de Juntos por el Cambio, el ganador sacó solo 1800 votos. Algunos pregonan la destrucción. Para otros, como la mayoría de Fiorito, se sale de una crisis con Estado. Sea lento o rápido, pero con Estado.

Axel Kicillof suele hablar de todo lo que falta por hacer. Falta mucho en Fiorito, y nadie lo duda. Ni su pueblo, ni sus dirigentes. El Estado deberá explicar sus demoras, pero, aparentemente, no su presencia. O un poco quizás, ya que más de un veinte por ciento la pone en duda.

Puede, aunque no debería, demorar, pero el barrio, en el sentido en que ironizaba Diego, es menos privado que antes. Están el aslfato de Azamor, el Hospital Modular en plena pandemia, la Unidad de Pronta Atención que inauguró Maradona en 2010, la reciente entrega de 576 escrituras o la inversión provincial para llevar servicios a más de 270 viviendas. Lo que ningún habitante de Fiorito vio en décadas es una clínica privada, o que a Ejército de Los Andes la rehaga una empresa constructora por iniciativa propia, o que emerjan allí jardines privados.

¿Qué les hubiera dicho Diego a quienes votaron por Milei en Fiorito? Disculpas por el atrevimiento, pero imaginar es un derecho que cualquiera puede ejercer libremente. Les habría dado la razón. Habría escuchado más que hablado. Habría pensado con el corazón las justas palabras que llegasen a quienes ya fueron interpelados por una idea que, a priori, les quitaría lo alcanzado. Porque construir lleva tiempo, mientras destruir puede ser un soplido. No hay cambio por arte de magia, y la paciencia de un pueblo termina imponiéndose incluso al cansancio.

Diego cumplía la tarea más contundente que algunas veces la política olvida: cómo hablarles a sus pares. Las consignas repetidas no alcanzan para la gente de a pie. Porque son efímeras.