Por Álvaro Ruiz
La opacidad de los discursos
Lo opaco nos evoca casi de inmediato un fenómeno óptico, al pensar en algo -un material, por ejemplo- que no permite que pase la luz en una proporción apreciable, que la bloquea; y si ello, sin embargo, ofrece bastante luminosidad nos imaginamos lo traslúcido y, a medida que ese efecto lumínico se va perdiendo, ya descartaremos la transparencia.
Esos fenómenos, metafóricamente, se trasladan a muchas otras áreas y cuestiones, en el Derecho, la Teoría Crítica se vale conceptualmente de la “opacidad” para dar cuenta de todo lo que el “positivismo”, la norma desprendida de su contexto sociológico y de su sentido axiológico en función de los bienes y valores que regula, oculta tras un mero silogismo en que dada la condición (presupuesto) “a” se produce el efecto (consecuencia) “b” como producto de una lógica “pura” que se desentiende de todo lo demás, en particular de la “justicia” que pueda o no derivar de la ecuación normativa resultante.
La “ley y el orden” que tanto gusta esgrimir la ministra de Seguridad para echar por tierra toda expresión colectiva de protesta o reclamo sin miramiento alguno, en su afán represivo animado por el ostensible propósito de sembrar un miedo disciplinador que inhiba adhesiones a cualquier tipo de movilización en el espacio público, en realidad hace caso omiso de derechos y garantías básicos que están en la esencia misma del Ordenamiento Jurídico, exhibiendo una lectura errónea e incompleta de la “ley” y al servicio de un “orden” autoritario reñido con los valores democráticos y republicanos.
Contraluces y sombras, con abundancia de estas últimas, son las que desde hace tiempo vienen opacando la escena nacional, a la par de un manipuleo discursivo -plagado de incoherencias- que pretende legitimar prácticas políticas que degradan las instituciones.
Hacen falta mayores certezas
Con el macrismo se instaló la idea de “la grieta”, que sería una forzada división en la sociedad causada por el “populismo” identificado con el peronismo/kirchnerismo y entendida como algo antinatural de la argentinidad.
Otro tanto nos trajo Milei con “la casta”, sin otra definición precisa que no fuera el desprecio por la política y por quienes -actuando en cualquier ámbito- le fueran funcionales, haciendo una inentendible abstracción de su propia persona lanzada a la política y llegando a ocupar la máxima investidura representativa, precisamente, de la Política.
En uno y otro caso lo discursivo no excede lo superficial, elude todo desarrollo conceptual de lo que se enuncia como “categorías” fundantes de un pensamiento, se mantiene en un eslogan marketinero cuya reiteración le brinda volumen en apariencia sin necesitar de mayores explicaciones.
Sin embargo, no dejan de haber sido exitosos hallazgos disruptivos que ofrecían la sensación de echar luz sobre una realidad que oscurecían, a la par que enmascaraban conductas absolutamente contrarias a las que se postulaban como ejemplos republicanos.
La pugna entre Modelos de país o Nación se verifica desde los albores de nuestra historia patria, al igual que las disidencias ciudadanas en orden a las respectivas preferencias o adhesiones a las alternativas propuestas. No hay registro de una idílica armonía de uniformidad argentina que hubiera sido alterada por la “grieta populista”, pues lo existente -y reconocible- es una pluralidad y diversidad cuyo desenvolvimiento debe procurarse democráticamente y no obturarse autoritariamente.
En cuanto a la “casta”, un término que estrictamente refiere a un linaje o ascendencia que define una determinada estratificación social por su origen, en su proyección a la política podría emparentarse con una suerte de profesionalización del quehacer político que va burocratizando a quien lo ejerce y alejándolo de todo otro interés que no sea el propio.
Ahora bien, en su vocación expansiva y fruto de la inconsistencia que destaca al discurso libertario comprendería a todo aquel que no pertenezca al -indefinido- grupo de “la gente de bien”. Entonces, la opacidad del discurso anticasta amplía exponencialmente sus márgenes al punto de hacerlo ininteligible desde lo conceptual y, a la vez, de una maleabilidad infinita dando lugar al ingreso, egreso, reingreso y así sucesivamente a personas, instituciones o entidades según se avengan o no a las necesidades y requerimientos coyunturales del Presidente, sumo sacerdote del credo anarcocapitalista.
Claro, que cuando uno analiza en perspectiva las políticas que se impulsan bajo la consigna de la lucha contra la casta y el modo en que se llevan a cabo, focalizando en el orden de reparto de bienes y males (premios y castigos), la oscuridad se acrecienta dejando ver al final una luz que ilumina poco esas ideas pero mucho los sectores del poder real que son los verdaderos beneficiados y, lógicamente, los que auspician y celebran las acciones de gobierno.
Sin palabras
En vísperas de la votación en la Cámara Baja por la aceptación o rechazo (insistencia parlamentaria, que exigía reunir dos tercios de los miembros presentes) del veto presidencial de la ley que dispuso un modesto reajuste de los haberes jubilatorios, cinco diputados de la Unión Cívica Radical (UCR) asistieron a una reunión con el Presidente de la Nación en la Casa Rosada.
El resultado explícito fue que salieron convencidos de aceptar el veto a una ley que su Partido había presentado e impulsado, y en cuyo debate habían intervenido con encendidos discursos progresistas solidarizándose con la situación de extrema necesidad que afronta la clase pasiva. Lo implícito, si bien en algún caso fue expreso por la inmediata publicación en el Boletín Oficial del cargo ofrecido, fue la escandalosa entrega de su voto a cambio de favores personales que para estos legisladores están, evidentemente, por encima de cualquier otro valor.
No es la primera vez que se registra una negociación espuria en el Parlamento promovida por Milei y sus secuaces, tampoco que se acude a acciones extorsivas para ganar voluntades políticas, lo que podría confundirnos aún más acerca de la identificación de la casta sino contáramos con la ayuda del Mercado para el cual no existen valores sólo precios y éstos siempre son relativos.
Contemporáneamente, reafirmando las convicciones libertarias, las fuerzas federales nuevamente reprimían a los jubilados y demás manifestantes frente al Congreso cobrándose entre las víctimas a una niña de diez años a la que le arrojaron gas pimienta en el rostro. Con la coherencia que la distingue y la vocación por constituirse en la Dama de Hierro tutora de la gente de bien, la Ministra de Seguridad (Patricia Bullrich) ensayaba piruetas pasayescas ante el periodismo pretendiendo explicar -con mentiras- y justificar -lo injustificable- del accionar policial.
A veces, aunque resulte paradójico, la opacidad llevada al extremo de lo oscuro produce una inocultable claridad, pero lo que no consigue dar es transparencia, menos todavía del tipo de la que se jacta Milei y su gobierno de constituir la quinta esencia del anarcocapitalismo.
Recuperar la ética, alentar el debate con fundamentos
En una reciente nota (titulada “Ken Loach y la melancolía proletaria”) publicada por la Revista brasilera “Democracia e Mondo do Trabalho” (Informativo DMT 375 – 12/9/24), Tarso Genro, quien fuera gobernador del Estado de Rio Grande do Sul, alcalde de Porto Alegre, ministro de Justicia, ministro de Educación y ministro de Relaciones Institucionales de Brasil en los gobiernos de Lula Da Silva, evoca las luchas de los trabajadores mineros ingleses contra las políticas de Margaret Thatcher y realiza algunas reflexiones que entiendo oportunas traer a colación.
“La liberación del ser humano de las imposiciones de la naturaleza -para vivir en comunidad- es lo que comienza a dar lugar a juicios morales (y políticos) en los individuos que, guiados por una cultura dominante en la comunidad, fluyen sobre todas las clases. Pero no son necesariamente juicios destinados a elegir entre lo que es un “bien” y lo que es un “mal”: solo pueden ser elecciones con un cierto “propósito”, despojadas de una concepción moral (o política) que solo busca resolver una situación adversa.
Ser empleado en una mina de carbón generalmente proviene de una necesidad de supervivencia, pero ser un ecologista militante es, casi siempre, una elección que parte de un juicio político (moral) sobre lo que es mejor (o peor) para el futuro de la Humanidad. Margaret Thatcher y la mayoría de los capitalistas de nuestra modernidad tardía no entendieron o no quieren entender estas cuestiones universales de la historia, que hoy asfixian la supervivencia planetaria.
(…) Ken Loach, sin embargo, hace que la cámara de su director nos hable todo el tiempo, para decirnos que la salida es difícil, pero no imposible, elevando la solidaridad proletaria de las huelgas derrotadas a un nuevo nivel de humanismo.
El que es el último límite de la existencia: a través de la solidaridad que puede no cambiar inmediatamente el mundo, pero cambia nuestra actitud hacia él, lo que siempre puede dar frutos en el futuro. Que se haga, no es un hecho.”
La ética en la política es un imperativo aunque episodios como los antes comentados -u otros tantos que podamos citar- arrojen dudas al respecto, debiendo reafirmar y reafirmarnos en esa exigencia que impone superar ambigüedades, consignismos y una retórica ceñida a superficiales consideraciones de lo que nos acontece.
Admitir que la agenda política esté determinada por la opacidad de grietas o castas que encubren discursos de odio e intolerancia democrática, alimentadas por las peores prácticas que avasallan la institucionalidad republicana, nos lleva a perder el rumbo como Nación y nos distancia cada día más de la consolidación de un Estado Social de Derecho respetuoso de una democracia que garantice la pluralidad de ideas y la libre expresión de los disensos.
Publicado en El Destape